
En los pliegues dorados del siglo XVII, cuando los tercios de España aún caminaban con la sombra de los arcángeles y el estruendo de la pólvora hablaba en latín, hubo una ciudad que resistió, un general que luchó y un imperio que mostró al mundo que la guerra, aun cuando se vence, no es ruindad ni humillación, sino nobleza y deber. Fue en Breda. Y fue España.
El asedio: el poder del temple y el barro
Corría el año del Señor de 1624. El frío hollando los huesos de los soldados. La lluvia, barro y sangre. En Flandes, en el corazón rebelde de los Países Bajos, una ciudad se alzaba como espina clavada en la carne imperial: Breda.
Allí fue el general Ambrosio de Spínola, marqués de los Balbases, noble genovés al servicio de Su Majestad Católica, quien asumió el desafío. Con apenas veinte mil hombres, y sin apoyo directo de Madrid, Spínola rodeó la ciudad amurallada, bien abastecida y defendida por tropas holandesas bajo el mando de Justino de Nassau, vástago bastardo de la casa de Orange.
Pero no bastaban los muros ni la artillería para contener la voluntad de España. Fueron diez meses de asedio, diez meses de trincheras, hambre, ingenio y acero. Diez meses donde los tercios se hundieron en el fango y sangraron en silencio, sabiendo que no combatían solo por una ciudad, sino por el alma del Imperio, por su honra y su destino.
El espíritu del tercio
Los soldados españoles, curtidos en Nördlingen, en Pavía, en San Quintín, desplegaron el arte del sitio con precisión matemática y paciencia de mártir. Eran campesinos de Castilla, soldados de Nápoles, navarros, extremeños, vizcaínos, italianos y alemanes… Todos con la cruz bordada al pecho y el juramento en los labios. La infantería española aún era temida. Y con razón.
Spínola, que no solo era general sino caballero, rechazó bombardear la ciudad hasta la destrucción. Prefería vencer por hambre, sí, pero no por ruindad. La disciplina se mantuvo. El enemigo era digno. El triunfo, si llegaba, debía ser también digno.
Durante el cerco, se cavaron más de cuarenta kilómetros de trincheras. Se cortaron suministros. Se interceptaron intentos de socorro. Los holandeses, por su parte, intentaron romper el cerco más de cinco veces. Y fracasaron todas.
La rendición: la grandeza del vencedor
Finalmente, el 5 de junio de 1625, tras 11 meses de sitio inquebrantable, Breda se rindió. Pero no hubo saqueo. No hubo pillaje. No hubo afrenta.
Spínola, en uno de los gestos más caballerescos de toda la historia militar de Europa, salió al encuentro de Justino de Nassau, que venía a entregarle las llaves de la ciudad. Y cuando este quiso arrodillarse, Spínola, con un gesto majestuoso, lo detuvo. Lo levantó. Le tomó la mano. Y aceptó la rendición con dignidad. No como botín, sino como acto entre iguales.
Ese instante quedó inmortalizado en la pintura de Velázquez. La rendición de Breda, también conocida como Las lanzas, representa como ninguna otra obra la altura moral de los tercios y de España. Las lanzas erguidas en honor, los rostros dignos, el gesto de humanidad: eso era el Imperio.
Más que una victoria
Breda no fue solo una victoria militar. Fue una lección al mundo. En tiempos donde la guerra solía acabar en sangre y fuego, España mostró que aún existía lugar para la caballerosidad, la mesura, el respeto al vencido. La rendición de Breda fue el triunfo del valor, pero también de la contención. Fue espada, pero también alma.
Spínola moriría años después sin haber recibido la gratitud que merecía. Felipe IV, absorto en su corte barroca, nunca entendió del todo lo que se ganó en Breda. Pero la historia sí lo entendió. Y lo guardó.
El legado eterno
Hoy, siglos después, cuando las naciones han olvidado sus orígenes y los hombres caminan sin memoria, Breda sigue hablando. En cada piedra que recita la gesta, en cada soldado que alza el pendón de España, en cada estampa de Las lanzas, sigue viva la voz de un imperio que supo dominar sin aplastar, que supo vencer sin degradar.
La batalla de Breda no fue una anécdota. Fue el reflejo de lo que fuimos. Y lo que podríamos volver a ser.
España, alzada en barro y honor.
España, espada y cruz.
España, eterna.
Que gran historia, gracias.