
Castelnuovo: donde el honor no se rindió
Tras la gloriosa Jornada de Túnez, cuando el Imperio español arrebató al infiel una de sus más preciadas fortalezas en el Mediterráneo, el pirata berberisco Barbarroja —alma negra del corsarismo otomano— logró escapar en el último suspiro antes de la caída. Pero aquel no sería su fin. Ni mucho menos.
La historia de nuestros Tercios no es una secuencia de triunfos fáciles, sino un legado tallado en sangre, acero y fe. Es un deber constante, una obligación moral para todo español digno de tal nombre, mantener viva la memoria de gestas como la de Castelnuovo, donde el valor se impuso a la razón y la lealtad al cálculo político. Porque cuando se descubre una historia así, ya no se trata de fascinación por el pasado, sino de justicia y gratitud.
Barbarroja y el azote del Mediterráneo
Aliado con el Sultán otomano, Barbarroja pasó de pirata a almirante del Islam. En 1537, tras sembrar el terror en las costas de Italia y Grecia, ofreció a su señor un tributo atroz: más de 3.000 esclavos cristianos, junto a medio millón de piezas de oro y riquezas incontables. Europa temblaba. El Mediterráneo cristiano parecía a merced de la Media Luna.
La derrota de Andrea Doria en Prévenza obligó a los poderes católicos a reaccionar. Nació así la Santa Liga, formada por Austria, el Papado, la Serenísima República de Venecia y, por supuesto, España. El objetivo: detener al almirante del Islam y su amenaza creciente.
Castelnuovo: piedra avanzada del honor español
Encerrado Barbarroja en el golfo griego de Arta, la Santa Liga fracasó en la coordinación. El corsario volvió a escapar. Fue entonces cuando España actuó, sola si era necesario. Se desplegaron fuerzas en la costa adriática, y el Tercio Viejo de Nápoles, dirigido por el burgalés Francisco Sarmiento, tomó la plaza fortificada de Castelnuovo, en la actual Montenegro, apoyado por contingentes venecianos.
La plaza era estratégica: llave del Adriático. Venecia la reclamó, pero el emperador Carlos V denegó la entrega. El porqué permanece envuelto en las nieblas de la diplomacia. Lo cierto es que los venecianos y los pontificios se retiraron. Y poco después, Andrea Doria, con apenas 49 naves, también decidió replegarse. Así quedaron 3.000 españoles aislados, abandonados a su suerte frente al océano entero del islam.
Sarmiento: el capitán que no retrocede
Francisco Sarmiento de Mendoza, hijo de Burgos, emparentado con Fernando III el Santo, veterano de las Comunidades y curtido en Italia desde 1531, no era un hombre para rendirse. No había nacido para arriar banderas. Llevaba en sus venas la firmeza de los que entienden el honor no como un adorno, sino como un destino.
La consigna era clara: resistir. Desde los días del Gran Capitán, ningún Tercio se había rendido jamás. Y Castelnuovo no sería la excepción.
El asedio: 3.000 contra 50.000
Barbarroja regresó con toda la furia del sultán. Frente a los 3.000 castellanos, se alzaron más de 200 navíos turcos, y de sus entrañas desembarcaron 50.000 enemigos. Las proporciones eran monstruosas. Pero allí, sobre los muros de Castelnuovo, la piel castellana se vendió cara.
Cañones, arcabuces, picas y espadas. Cada acometida otomana era rechazada con fiereza. Riada tras riada de cuerpos caían bajo las murallas, en aquel campo sagrado donde la muerte dejó de ser temida, porque había algo más alto que la vida: el deber.
La oferta rechazada y la gloria inmortal
Antes de desplegar la artillería pesada, Barbarroja, en un gesto inusual, ofreció a Sarmiento una salida honrosa. Pero el español respondió como un capitán de los Tercios: “Antes morir que rendir lo que es de Dios y del emperador.”
Los bombardeos redujeron la fortaleza a escombros. De los 3.000 defensores, solo 600 seguían en pie. Pero no se rindieron. Lucharon acometida tras acometida, cuerpo a cuerpo, hasta que solo 200 españoles respiraban. A su alrededor, 24.000 enemigos yacían muertos.
Furioso por haber tenido que pagar tan alto precio, Barbarroja mandó ejecutar a 100 prisioneros. El resto fue llevado en cadenas, pendiente de rescate.
Castelnuovo: la epopeya olvidada
Así cayó Castelnuovo. Pero no cayó el honor. Allí, 3.000 buenos y cristianos castellanos, hijos de una estirpe indomable, se alzaron frente a un mar de enemigos y eligieron morir de pie antes que vivir arrodillados. No fueron derrotados: fueron inmolados.
Esta es la historia que no debe ser olvidada. Es la ofrenda de los Tercios al altar de la patria. Es el eco que nos grita desde los muros derruidos de una plaza lejana que España no se hizo con discursos, sino con sangre, hierro y oración.
¡Honor eterno al Tercio Viejo de Nápoles!
¡Gloria inmortal a los héroes de Castelnuovo!