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En los oscuros albores del siglo x, cuando los reinos cristianos del norte de la península ibérica buscaban afirmar su poder frente al islam y frente a sus propios rivales, surgió la figura de Fernando Díaz, un noble cuya vida quedó marcada por las guerras de frontera, las intrigas cortesanas y la fragilidad del poder condal.
Hijo del conde Diego Rodríguez, Fernando heredó tierras estratégicas en Lantarón y Cerezo, fortalezas que vigilaban los pasos entre Castilla, Álava y la Rioja. Durante apenas una década, su nombre apareció en los diplomas regios, siempre al lado de reyes como Ordoño II de León o Sancho Garcés I de Pamplona, hasta desaparecer de las crónicas con la misma rapidez con la que había surgido.
Origen y linaje
Fernando Díaz provenía de una de las familias condales más influyentes de la época. Era hijo de Diego Rodríguez, nieto a su vez de los poderosos condes que habían gobernado Castilla en generaciones anteriores. Sus hermanos, Gómez Díaz y Gonzalo Díaz, también ocuparon cargos de relevancia, lo que confirma el peso político de esta estirpe en la corte leonesa.
Los documentos medievales, escasos y muchas veces contradictorios, lo presentan como “Fredenandus Didazi, comes”. Su patronímico, que lo identifica como hijo de Diego, es clave para distinguirlo de otros condes homónimos que coexistieron en aquellos años turbulentos.
Conde en tiempos de guerra
En el año 917, tras la muerte del conde Gonzalo Fernández (padre del célebre Fernán González), el trono leonés confió la tenencia de Castilla a un conde llamado Fernando. La historiografía debate si se trataba de Fernando Díaz o de Fernando Ansúrez, pero lo cierto es que en esos años Fernando Díaz figura como conde en Lantarón y Cerezo, dos posiciones clave en la defensa de las fronteras.
En 918, aparece firmando un diploma en la catedral de León, prueba de su cercanía al rey Ordoño II.
La conquista de la Rioja
El momento culminante de su carrera llegó en el año 923, cuando acompañó a los reyes Ordoño II de León y Sancho Garcés I de Pamplona en la campaña de la Rioja. Aquella ofensiva supuso un golpe decisivo contra los musulmanes, con la ocupación de Nájera y el control de territorios que hasta entonces habían oscilado entre ambas orillas del poder.
El 20 de octubre de ese mismo año, Fernando Díaz aparece junto al rey en la fundación del monasterio de Santa Coloma, testimonio de su protagonismo en los acontecimientos. Lo significativo es que su nombre antecede al del conde Álvaro Herramélliz, nuevo señor de Álava, lo que muestra la jerarquía que ocupaba en ese momento.
El ocaso de su poder
La muerte del rey Ordoño II en 924 cambió el rumbo de su vida. El ascenso de Fruela II trajo consigo un reajuste en el reparto de poderes. En Castilla y Burgos, aparece como nuevo conde Nuño Fernández, mientras que en Álava, Lantarón y Cerezo gobierna Álvaro Herramélliz. Todo indica que Fernando Díaz fue destituido o apartado, tal vez víctima de las tensiones internas de la corte.
A partir de entonces, su rastro se diluye. Los diplomas dejan de mencionarlo y su figura queda relegada a las sombras de la historia.
Legado y memoria
Fernando Díaz no alcanzó la gloria de su sobrino-nieto Fernán González, ni dejó tras de sí una larga estirpe condal. Sin embargo, su nombre forma parte del mosaico de nobles que, en tiempos inciertos, sostuvieron la frontera y mantuvieron encendida la llama de Castilla en una etapa de transición.
Su memoria nos recuerda que la historia no la escriben solo los grandes héroes, sino también aquellos cuyo poder se apagó demasiado pronto, pero que fueron protagonistas del devenir de su tiempo.
La figura de Fernando Díaz nos habla de un siglo de hierro, donde los condes eran a la vez soldados, diplomáticos y guardianes de un territorio en constante disputa. Sus pocos años de protagonismo, entre 917 y 924, reflejan la inestabilidad del poder y la fragilidad de la política medieval.
Hoy, su nombre apenas sobrevive en los diplomas regios y en las crónicas de los historiadores, pero sigue siendo una pieza clave para entender la evolución de Castilla y Álava en el siglo x.

