
La batalla de Sagrajas, también conocida por los musulmanes como la de az-Zallaqah, se libró al amanecer del viernes 23 de octubre de 1086, y marcó un punto de inflexión en la historia de la Reconquista. Frente a frente se hallaban las tropas cristianas del rey Alfonso VI de León y Castilla, recientes conquistadores de Toledo, y el ejército de los almorávides, llegado del norte de África bajo el mando del emir Yusuf ibn Tasufin.
El rey castellano había despertado el temor de los reinos de taifas al ocupar la antigua capital visigoda, provocando así una reacción desesperada. Los taifas de Sevilla, Badajoz y Granada, conscientes de su debilidad, solicitaron el auxilio militar de Yusuf, quien desembarcó en Algeciras con un ejército experimentado, compuesto por contingentes magrebíes, guerreros sudaneses y tropas andalusíes. Su avance fue firme hacia el norte, atravesando Andalucía hasta los llanos cercanos a Badajoz.
El preludio de la batalla
Alfonso VI, advertido del peligro, salió al encuentro de Yusuf con un ejército reforzado por contingentes aragoneses. Lo acompañaban, entre otros, Álvar Fáñez, su más fiel capitán, y los condes Rodrigo Muñoz y Vela Ovéquez. El choque tuvo lugar en las inmediaciones de Sagrajas, donde los almorávides habían establecido su campamento.
Antes del combate, Yusuf envió al rey cristiano una triple proposición: abrazar el islam, pagar la yizia —el tributo exigido a los no musulmanes— o enfrentarse en batalla. Alfonso eligió luchar.
Las fuerzas enfrentadas
La historiografía moderna cuestiona las cifras tradicionales que hablaban de hasta 60.000 combatientes por bando. Según el medievalista Bernard F. Reilly, el ejército cristiano constaba de unos 2.500 hombres: 750 caballeros pesados —la flor y nata de la nobleza feudal—, 750 jinetes ligeros y alrededor de un millar de infantes. En cambio, Yusuf contaba con aproximadamente 7.500 efectivos, mayormente infantería ligera y caballería del Magreb, así como una división de tropas negras subsaharianas armadas con jabalinas largas y espadas de hoja curva.
El desarrollo del combate
La batalla comenzó con el ataque frontal de Alfonso VI contra las tropas de al-Mu’tamid, rey de Sevilla, que resistieron tenazmente durante toda la mañana. Fue solo entrada la tarde cuando Yusuf lanzó su segunda división para envolver al enemigo. La caballería cristiana comenzó entonces a ceder terreno. Finalmente, la tercera división —los temidos guerreros africanos— cayó sobre los flancos de Alfonso, desmoronando por completo su dispositivo militar.
Las bajas en el ejército cristiano fueron devastadoras. Reilly estima que pereció la mitad de los combatientes. Entre los muertos se contaban los condes Rodrigo Muñoz y Vela Ovéquez, y numerosos caballeros. Alfonso VI fue herido en una pierna, pero logró escapar con vida junto a parte de su séquito. El núcleo de la aristocracia sobrevivió, pero quedó seriamente mermado.
Consecuencias
En el bando musulmán también hubo pérdidas notables. El propio al-Mu’tamid fue herido en el fragor de la lucha, aunque su liderazgo resultó clave para contener las primeras acometidas cristianas. Murió igualmente el célebre imán cordobés Abu-l-Abbas Ahmad ibn Rumayla, figura venerada por muchos en al-Ándalus. Las huestes de Dawud ibn Aysa sufrieron un duro revés, y su campamento fue incluso saqueado en las primeras horas del combate.
A pesar de su rotunda victoria, Yusuf ibn Tasufin se vio obligado a regresar a África poco después, debido a la muerte de su heredero. Esta circunstancia impidió una ofensiva prolongada, lo que permitió a Alfonso conservar la mayor parte de sus dominios, aunque su prestigio había quedado gravemente tocado.
Sagrajas fue más que una simple derrota militar: fue una advertencia para los reinos cristianos del norte y un símbolo del poder aún latente del islam africano. Aquella jornada teñida de sangre fue, sin duda, uno de los grandes hitos de la larga y compleja historia de la Reconquista.