
Todos los pueblos tienen sus traidores; muchas veces vendidos por dinero sin importarles el futuro de sus compatriotas. Eso ha ocurrido siempre, pero en España, desgraciadamente ayer, como hoy, los hacemos nuestros gobernantes. Conocer la historia es la única forma de que la historia no se repita una y otra vez… La historia que te han contado, es MENTIRA.
Hay derrotas que se sufren con dignidad. Y hay otras que no nacen del combate, sino de la rendición voluntaria, de la traición callada y meticulosa de quienes juraron defender lo que abandonaron. El llamado Desastre del 98, lejos de ser una derrota heroica, fue en gran parte la culminación de una política de entreguismo, descomposición moral y connivencia criminal con intereses extranjeros. No se trató únicamente de perder las últimas provincias ultramarinas: se trató de traicionar a millones de ciudadanos españoles, tanto en la metrópoli como en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Este artículo recoge, desde una óptica nacional y crítica, la historia de esa gran traición, sus responsables, y el precio pagado por un pueblo desarmado desde dentro.
I. España antes del 98: una nación en guerra interna
Desde las guerras napoleónicas hasta la Restauración borbónica, el siglo XIX fue un campo de batalla entre dos proyectos de país. Por un lado, una España tradicional, católica, forjada sobre siglos de monarquía hispánica y unida por su Imperio. Por otro, una España liberal, cada vez más afrancesada, centralista, secularizada y subordinada a los intereses económicos de Inglaterra y, más tarde, de Estados Unidos.
1.1 Las raíces del desastre: la traición de 1808 y la falsa independencia
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La Guerra de la Independencia no fue una guerra nacional contra Napoleón, como se cuenta en los manuales escolares, sino una guerra de desgaste donde Gran Bretaña usó a España como peón para frenar a Francia. Al final, los ingleses ocuparon más puertos que los franceses, dejaron agentes en todos los niveles de poder y promovieron una Constitución liberal (Cádiz, 1812) que rompió el equilibrio imperial.
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La ruptura con América fue consecuencia directa de esa descomposición: España quedó incapacitada para sostener sus virreinatos cuando los liberales destruyeron su estructura administrativa tradicional.
1.2 Los liberales y el desmantelamiento nacional
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Durante todo el siglo XIX, los distintos gobiernos liberales de Madrid aplicaron una política de centralismo destructivo, desmantelando los fueros, abolieron órdenes religiosas, malvendieron tierras comunales (desamortizaciones) y debilitaron al Ejército en nombre de la “modernización”.
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Mientras Inglaterra consolidaba su Imperio colonial con flota, doctrina y patriotismo, España se sumía en guerras civiles, purgas internas y reformas absurdas que empobrecían a la población y desangraban al país.
II. Las Provincias de Ultramar: no colonias, sino patria
2.1 Ciudadanos españoles con todos los derechos
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A diferencia de los imperios coloniales europeos, las provincias ultramarinas de España —Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam— no eran colonias, sino parte integral de la Nación, con diputados en Cortes, legislación común y ciudadanía española para sus habitantes.
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Cubanos y filipinos eran españoles, con derechos reconocidos en leyes como la Constitución de 1876. El abandono de estos ciudadanos fue una violación directa del principio de unidad nacional.
2.2 La riqueza ultramarina: objetivo del capital extranjero
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Cuba y Filipinas eran regiones prósperas, exportadoras de azúcar, tabaco, arroz, café y perlas. Las élites liberales y financieras de Madrid comenzaron a ver estas provincias como mercancía negociable, especialmente ante la presión de Estados Unidos.
III. El papel de Estados Unidos: guerra imperial y genocidio silenciado
3.1 El “incidente” del Maine: provocación y excusa
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En 1898, el acorazado USS Maine explotó en el puerto de La Habana. Sin pruebas concluyentes, la prensa estadounidense responsabilizó a España y se desató la guerra hispano-estadounidense.
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Hoy sabemos que la explosión fue probablemente interna. Pero la excusa estaba servida: EE.UU. quería el control del Caribe y el Pacífico, y España estaba debilitada por dentro.
3.2 El genocidio filipino
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Tras el Tratado de París, España entregó Filipinas por 20 millones de dólares. Pero los filipinos no aceptaron la ocupación estadounidense.
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La guerra filipino-estadounidense (1899–1902) fue una masacre:
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Se calcula que entre 200.000 y 1.000.000 de civiles filipinos murieron, víctimas de ejecuciones, hambrunas, tortura o enfermedades en campos de concentración.
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La masacre de Bud Dajo (1906) culminó en el asesinato sistemático de mujeres y niños moros.
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España, que debía haber defendido a sus ciudadanos y aliados locales, calló y cobró. La traición fue total.
IV. Los culpables: Sagasta y la casta liberal
4.1 Práxedes Mateo Sagasta: el hombre que vendió España
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Presidente en varias ocasiones, Sagasta firmó el Tratado de París de 1898, aceptando todas las condiciones impuestas por EE.UU., sin consultar al pueblo ni al Ejército.
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Fue él quien ordenó el abandono de los defensores del Baler (los Últimos de Filipinas), y quien desoyó las peticiones de refuerzo en Cuba.
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Su legado fue el de la cobardía institucional: una monarquía débil, una oligarquía corrupta y una nación vendida.
4.2 Los medios, las logias y la desmovilización patriótica
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La prensa española, controlada por intereses financieros, se encargó de justificar la rendición, tildando de “reaccionarios” a los que querían resistir.
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La masonería y los círculos liberales de poder promovieron la desafección patriótica, acusando de “fanáticos” a quienes defendían el Imperio.
Tampoco fue cierto —como luego repitió durante décadas la propaganda derrotista— que la flota española estuviera obsoleta o condenada por el avance yanqui.
Los barcos enviados a Santiago de Cuba eran modernos, potentes y perfectamente operativos. El acorazado Infanta María Teresa, el Cristóbal Colón o el Vizcaya eran buques de combate capaces de presentar batalla, pero fueron puestos deliberadamente a tiro enemigo por orden directa del almirante Cervera, que acató instrucciones superiores sin explicar jamás por qué se negó a intentar la ruptura nocturna del bloqueo ni a emplear tácticas evasivas. Aquella escuadra, más que derrotada, fue entregada. Años después, muchos de esos buques fueron reflotados por la Marina de los Estados Unidos, reparados y utilizados durante décadas.
¿De verdad estaban inservibles? Lo que hubo fue una rendición planificada. Y para mayor afrenta, mientras eso ocurría, la joya estratégica que hubiera cambiado el curso de la guerra —el submarino de Isaac Peral— había sido ya saboteada desde años atrás. Su inventor fue humillado, apartado y perseguido, mientras los planos de su sumergible fueron vendidos, filtrados y publicados por decisión política, permitiendo a las grandes potencias copiarlos sin pudor.
La posibilidad de defender nuestras costas con una arma revolucionaria fue ahogada por los mismos que juraban proteger a España. Y como si no bastara con eso, durante la contienda, el jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Bermejo, permanecía cómodamente en Tampa, Florida, en pleno territorio enemigo, ausente de la dirección del frente, como si la patria no le incumbiera. Esa guerra no se perdió: fue traicionada desde dentro.
V. Consecuencias: España desmantelada, América entregada
5.1 Exilio, represión y abandono
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Miles de soldados y colonos españoles fueron abandonados sin medios para regresar a la península. Muchos murieron en el exilio, otros fueron perseguidos por los nuevos regímenes.
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En Cuba y Filipinas, los criollos hispanófilos fueron masacrados, sus bienes confiscados, sus familias divididas. El Estado español nunca pidió cuentas.
5.2 Una España acomplejada
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A partir de 1898, la narrativa oficial pasó a ser la de una España fracasada, que debía “europeizarse”, abandonar sus raíces y renunciar a cualquier pretensión imperial o civilizadora.
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Se cultivó el complejo de inferioridad nacional: una herida que dura hasta hoy.
VI. La traición continúa: lecciones para el presente
España fue traicionada en 1898. Y lo fue no por sus soldados ni por su pueblo, sino por sus gobernantes, burócratas, financieros y mentores ideológicos.
Hoy, como entonces, vemos cómo se entregan soberanías, se desmantela la industria, se subvierte la historia y se desprecia al ciudadano común en nombre del “progreso”, la “globalización” o la “agenda exterior”.
Fuentes consultadas y recomendadas
- Howard Zinn – “La otra historia de los Estados Unidos”
Capítulos sobre la expansión imperialista. -
Gregg Jones – “Honor in the Dust: Theodore Roosevelt, War in the Philippines, and the Rise and Fall of America’s Imperial Dream” (2012)
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Philip Foner – “The Spanish–Cuban–American War and the Birth of American Imperialism”
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Carlos Canales y Miguel del Rey – “1898: Cuba, el fin del imperio”
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José María Jover Zamora – “La cuestión de las responsabilidades del 98”