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Zamora no se ganó en una hora: historia, mito y sangre en la ciudad bien cercada
En el corazón de la meseta castellana, donde el Duero lame los pies de las murallas, resiste una de las frases más contundentes de la sabiduría popular española: “Zamora no se ganó en una hora”. No es solo un refrán, ni una advertencia contra la impaciencia: es el eco de un asedio real, terrible y prolongado, que selló con sangre el destino de reinos enteros. Y es también la historia de una traición, de una infanta firme como las piedras de su ciudad, y de un rey que quiso ser emperador, pero halló la muerte a los pies de sus ambiciones.
Todo comenzó con una herencia rota. Y terminó con una lanza en el vientre de un rey.
El cerco de Zamora
A la muerte de Fernando I de León, en el año 1065, su reino fue repartido entre sus hijos, como si pudiera dividirse la corona como se divide un pan. El primogénito, Sancho II, recibió Castilla. Su hermano Alfonso VI, León, cabeza del antiguo imperio. El menor, García, Galicia. Las hermanas no quedaron sin parte: Elvira recibió Toro y Urraca, la indomable, Zamora.
Pero Sancho no estaba conforme. Quería todo, como su padre lo había tenido. Y para ello debía despojar a sus hermanos. Primero fue contra Alfonso. En la batalla de Llantada, Sancho lo venció. Después, en Golpejera, lo derrotó por completo y lo encarceló. Alfonso, tras recuperar la libertad, se exilió bajo la protección del rey musulmán Al‑Mamún de Toledo.
Sancho no se detuvo. Se lanzó sobre Galicia, venció a García y lo encerró. Luego le quitó Toro a Elvira. Solo Zamora, la ciudad de su hermana Urraca, resistía. Y allí dirigió su ejército.
El asedio de Zamora duró siete meses y seis días. Una eternidad bajo el sol castellano. Y una ciudad que no se doblegó. Por eso, dicen, Zamora no se conquista en una hora.
La infanta Urraca, señora de piedra
Urraca Fernández de León, hija mayor de Fernando I y Sancha, no era solo una princesa. Era señora de su propio destino. Gobernaba Zamora con firmeza, desde su castillo junto a la catedral, con el Duero como foso natural y las murallas como escudo de su voluntad.
A su lado, Arias Gonzalo, caballero leal, organizó la defensa. No era solo la defensa de una plaza: era la defensa del honor frente al atropello. Zamora resistió porque su señora decidió resistir.
Urraca no solo fue una figura política. Fue madrina de armas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, investido caballero en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora, donde ella y Alfonso habían asistido a misa siendo niños. Su figura perdura como una de las mujeres más influyentes de la alta Edad Media, aunque la historia haya intentado reducirla a sombra de sus hermanos.
Vellido Dolfos, entre la traición y el mito
Durante el sitio, un caballero leonés llamado Vellido Dolfos salió de Zamora. Se infiltró en el campamento enemigo, ganó la confianza del rey Sancho y lo acompañó en una salida de reconocimiento. Cuando el rey se encontró solo y desmontado, Vellido le atravesó con su propia lanza.
Luego huyó a caballo y se adentró en Zamora por un portillo de la muralla. Aquel lugar fue llamado desde entonces el Portillo de la Traición. Aunque en 2010 el Ayuntamiento lo rebautizó como el Portillo de la Lealtad, recordando que la historia es, a menudo, cuestión de punto de vista.
¿Fue traidor o héroe? ¿Fue un asesinato o un acto de guerra? Para Sancho, fue el final. Para Urraca y los zamoranos, fue justicia.
Diego Ordóñez y los hijos de Arias Gonzalo
Tras el asesinato del rey, Diego Ordóñez de Lara, caballero castellano, insultó desde las murallas a los zamoranos por haber albergado al asesino de su señor. Arias Gonzalo, obligado por el honor, aceptó el desafío, pero no podía luchar. Así que envió a sus hijos, uno por uno.
Cayeron todos.
Este episodio fue inmortalizado en los cantares de gesta, especialmente en el Romance de la Jura de Santa Gadea, donde la lucha ya no es solo un hecho, sino símbolo del valor y del sacrificio.
La jura de Santa Gadea
Tras la muerte de Sancho, Alfonso VI regresó del exilio. Pero había sospechas. Se decía que él, de algún modo, había participado o alentado la muerte de su hermano.
Para limpiar su nombre, el Cid —ya figura temida y respetada— le exigió jurar que no había tenido parte en el crimen. Así nació la leyenda de la jura de Santa Gadea: en una iglesia de Burgos (aunque algunos aseguran que fue en Zamora, en Santiago de los Caballeros), el rey Alfonso juró públicamente su inocencia.
Fuera cierta o no, esta jura marcó la conciencia política del momento. En una época donde el linaje lo era todo, la sospecha de fratricidio podía minar la legitimidad del trono.
Sancho II de Castilla, el rey que quiso ser emperador
Sancho II, llamado el Fuerte, nació en Zamora en 1038 o 1039. Fue el primer rey independiente de Castilla (1065‑1072). A base de conquistas reunió de nuevo el conjunto de reinos heredados por su padre: Castilla, Galicia y León.
Fue un rey de espada, no de diplomacia. Venció en todos los campos de batalla, pero cayó ante un solo hombre y una lanza. No conoció la vejez, ni el reinado prolongado. Su ambición lo llevó a lo más alto, y su impaciencia lo dejó sin nada.
Murió en Zamora, frente a la ciudad donde había nacido, el 7 de octubre de 1072. Su figura ha sido objeto de controversia: héroe trágico para unos, tirano para otros. Pero todos coinciden en algo: su caída cambió para siempre la historia de España.
El legado de la ciudad bien cercada
Tras el cerco, Zamora continuó bajo el gobierno de Urraca, que se convirtió en una de las figuras más influyentes del reino. Su alianza con Alfonso VI fue sólida y determinante. Gobernó desde su castillo, controló monasterios y tierras, y se enfrentó a quienes intentaron manchar su nombre con calumnias de incesto.
Su inteligencia política, su firmeza y su capacidad de resistencia han hecho de ella una figura clave en la historia del siglo XI.
Hoy, Zamora conserva sus murallas. La Cruz del Rey Don Sancho, el Portillo de la Lealtad, la torre del homenaje del castillo, todo habla de aquellos días donde el reino ardía, y una mujer defendía su ciudad contra su hermano.
Y cuando alguien quiere recordar que lo importante toma tiempo, que lo valioso se resiste a lo fácil, repite la frase que nació de aquel asedio:
Zamora no se ganó en una hora.


